In The Stillness by Daniel Gerhartz |
Hoy lo he pensado tanto que me ha invadido el impulso de
escribirle y confesarle todo. Lo extraño y quiero verlo. Ante todo: tengo
miedo. Bien debe saber usted que he sido una libertina y tal vez promiscua en
muchos aspectos. Esto que siento hoy por usted es algo totalmente nuevo. Hace
poco estamos en esta situación sin nombre y debo decirle que nunca he estado
tanto tiempo con una persona. Me impresiona a mí eso y me aterra enormemente.
He sentido mucha tristeza, pues sé que usted sólo me quiere por la carne y mi
lujuria desbordante. Lamentablemente es mi culpa, pues me mostré como una gata
desde el principio. No obstante, ahora me arrepiento, ya que siento que me
gusta más de lo debido. Seguramente usted se burlará de mis sentimientos
novedosos, además por verlos en mí, una supuesta inalcanzable. Anteriormente,
otros me han amado y yo los he despreciado y abandonado. Probablemente usted
haga lo mismo conmigo. Me pone melancólica aquello, aunque desde hace tiempo
sabía que algún día ocurriría, es lo que por ahí llaman karma. No he sido una
romántica nunca, excepto en muchos de mis escritos, incluso algunos de los que
usted ha leído así lo demuestran. Hoy, sin embargo, me llena un romanticismo
puro que no puedo siquiera escribir. Sé que me gusta, no puedo decir que lo
amo, pero sí estoy segura de que usted me gusta. Cada vez que lo beso, lo
quiero seguir besando, y cada vez que lo abrazo, quiero seguir abrazándolo.
Maldigo esos sentimientos que perturban mi diminuta paz y mi alma nerviosa.
Quiero estar con usted pero a la vez no. Temo que esto vaya más
lejos y que usted después me bote como yo lo hice antes con otros que supongo
también sufrieron. Me odio por eso. Temo que usted encuentre en mis ojos un
brillo diferente, resplandeciente, nuevo. Temo que usted se aproveche de ello,
porque me vuelvo boba y sumisa a su lado.
Si supiera las cosas que le escribo, las cosas que pienso de
“nosotros”, me aterro cuando me encuentro, yo, pensando aquellas cosas que sólo
creía posibles en escritos vagos. Pero qué puede hacer la razón frente al
corazón. Se me sale todo de las manos. Yo, tan racional, ahora hablando de
corazones y romance. Y me aflijo cuando lo pienso, pues sé que usted ni se
imagina lo que por mi cabeza pasa, ni lo que pasa en mi cuerpo y en mi alma
cuando lo veo, cuando usted me mira con esos ojos que tanto me encantan. Qué
cosas digo. Me pongo dramática y escribo sin pausa, sin detenerme a borrar las
idioteces y cursilerías que escribo. Me siento tonta, y no me siento yo. Es que
no soy esta que escribe. Pienso que me ha hecho daño la literatura, las nóvelas
románticas que tanto me fascinan y los escritos y poemas que amo escribir.
Parezco ya a Don Quijote, no loca por la caballería, sino por el romance.
Desafortunadamente no cuento con un Sancho Panza que me frene. Ay, cómo sufre
el espíritu por los amores no correspondidos y qué débil es el corazón. En
cambio, la imaginación es tan fuerte, uno no hace más que imaginarse historias
felices, utopías. El único consuelo es el sueño. Dormir, si es que puedo, en las
madrugadas. El techo oscuro le susurra a una cosas, no deja dormir. Luego una
vence todo y duerme. Pero usted llega sin avisar a los sueños y a la mañana
siguiente las ojeras son dueñas de mis ojos opacos ya. Entonces leo, para ver
si encuentro alguna solución a esto que hoy siento, pero no hay nada. Sólo
finales, o muy felices, o totalmente trágicos. Sé que nada tiene un final
feliz, confío en ello porque soy un ser pesimista, por lo tanto me resigno a
todo lo trágico que venga.
Sí, aquí, de pie, espero aquella ola gigante, que me arrastre a
donde quiera. Malditos todos los que dijeron que el amor era de color de
flores, pero estaban en lo correcto. Muy vivaz el amor, pero las flores, como
todo, marchitan y mueren. No sé qué pretendo hablando de un amor que aún no
siento. Sin embargo, ahora soy casi presa de usted, sin usted saberlo aún. Qué
fácil se complica la vida.
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