viernes, noviembre 29, 2013

Álter Ego

Ena and Betty, Daughters of Asher and Mrs. Wertheimer
- John Singer Sargent

El que se despierta antes que suene el despertador, el que no lo escucha. El que pita cuando el semáforo cambia a verde, el que se asusta cuando escucha el pito. El que pide sopa en el almuerzo, el que pide seco nomás. El que pasa por el puente, el que cruza la calle. El que camina a la tienda, el que va en bicicleta. El que toma leche en caja, el que toma en bolsa, el que la prefiere en polvo. El que se peina con los dedos o el que usa peineta, el que no se peina. El que desayuna con tinto, el que come frutas, el que nada come ni toma. El que lee el periódico a las 6am, el que le echa una ojeada en la noche. El que pide vino tinto, el amante del blanco, el que prefiere una cerveza fría. El que lee libros, el que ve películas. El que anda en taxi, el que coge bus. El que besa primero, el que es besado. El que escribe con mayúsculas, el que no se le entiende lo que escribe. El que baila raro, el que no baila ni en la silla. El que reza por la noche, el que reza cuando se despierta, el ateo. El que cruza los dedos cuando jura, el que promete y no cumple. El que grita cuando hay gol, el que no sabe quién juega. El que sonríe primero, el que llora de último. El que cree en hadas y dragones, el que nunca creyó en el Niño Dios. El que dice Las dos y cincuenta y cinco, el que dice Faltan cinco para las tres’. El que canta en la ducha, el que se duerme en la bañera. El que saluda Buen Día, el que se despide Nos Vemos. El que contesta el teléfono rápido, el que no tiene teléfono. El que toma café con leche, el que toma té, el que toma chocolate, el que toma jugo de naranja. El que tira el papel en el suelo, el que lo guarda en el bolsillo. El que lo alumbran bombillas, el que prende velas. El que trota, el que juega baloncesto. El que pide huevos revueltos, el que pide huevos fritos. El que dice groserías, el callado. El que llora en el baño, el que caga en el bosque. El que paga completo, el que espera el cambio. El que es humano, el que deja de serlo bajo tierra.

domingo, noviembre 24, 2013

Recuerdo

The Sketchers - John Singer Sargent

Sentada frente a lo que podría llamarse mi sombra, recordé sin dificultad la noche en que lo vi por última vez. No fue tristeza, tampoco nostalgia lo que sentí al evocar su imagen tan clara y nítida como una foto. Más bien fue una pequeña alegría con manchas de nervios. Había pasado tanto tiempo desde que experimentaba una agitación en el alma, un movimiento violento de bichos en el vientre, una tímida sonrisa. Me alegré ante mi sombra, que era más tangible que mi propio cuerpo, por haber sentido lo que sentí en esos días de amor, por eso había tachado la tristeza como una opción de emoción al recordarlo. Sin embargo, nunca pude recordar sus palabras, ni sus besos, sino su ser completo, sus miradas y sonrisas. Su presencia, era eso lo que recordaba. La falta de soledad estando con él. Y era tan fuerte y lleno de vida aquel recuerdo, que la soledad se veía aún lejos e intocable. Gracias a las noches en que me quedaba dormida pensándolo, a sus manos que tomaban las mías, a las incontables veces que quedamos como náufragos en miradas llenas de cariño, entendí finalmente las historias contadas en los libros de romance, en los cuadernillos de poesía empapados de un amor del que parecía no mojarme. No obstante, hasta las novelas más largas, tenían un punto final. Una última frase que podía ser tanto devastadora como llena de esperanza. Nuestra frase fue olvidada, nuestra historia le había quitado el trono que nunca había merecido. Ahora pienso que si nunca vuelvo a sentir mi alma vibrar o mariposas revolotear en mí, podré vivir con el recuerdo vivo de algo que pasó y la satisfacción de estar libre de dudas.

El contrato.

Nonchaloir (Repose) - John Singer Sargent

Después de tanto haberlo pensado, decidió por fin decirle cuando lo amaba. Las noches que había pasado pensándolo se habían amontonado desordenadas en su pecho, impidiéndole respirar con facilidad, o siquiera escuchar los latidos de su corazón. Sin embargo, cuando llegó el momento, las palabras salieron sin orden, sin sentido, sin un camino en dónde andar o una corriente que las llevara. Pero, fue entonces otra conversación más, otro de esos diálogos cotidianos que se olvidan después que el minutero ha dado unos pasos. Él escuchó con la atención común, respondió preguntas que parecían normales, también preguntó sin sospechar nada. Habló y le hablaron, como en otro de los tantos días de aquellos en los que ella había manchado sus mejillas de rojo amor e intenso. No era el calor, como él pensaba, lo que la hacía ruborizar, ni era el viento el que la obligaba a acomodar mil y un veces su cabello detrás de su oreja. Tampoco era introversión lo que hacía que desviara su mirada cada vez que él la veía. Trataba de ocultar sus sentimientos que brillaban en sus ojos. No obstante, aunque la hubiese visto una y otra vez, seguiría ignorando por siempre el profundo amor, afecto, que sentía hacia él. Su mundo era imperturbable e impenetrable. Ella lo veía como desde una ventana, poniendo atención a cada rincón que era posible observar. Pero el miedo al rechazo le había cosido la boca y atado las manos. Lo quería aunque indiferente, aún aislado en alma de ella. Consideró, sin embargo, un privilegio poder percibir desde lejos su compleja presencia y se resignó a un amor callado y solitario, un amor de uno hacia otro sin ser devuelto. Fue triste, pero la resignación y esa soledad que contaba con su compañía, le había dado un sabor más neutro a lo que en un tiempo fue amargo. Con el paso del tiempo lo que fue amor, se convirtió en una costumbre apacible y tranquila, en una melancolía ya seca y dura, que aunque pasada por alto, aún existía. Finalmente, sin darse cuenta, aceptó la realidad con las condiciones que traía, para hacer su vida más llevadera.

viernes, noviembre 15, 2013

El día que llegó sin ser llamado


Duncan Grant, ‘Girl at the Piano’ 1940
La tarde se alineó perfectamente con mi suspiro. La precoz luna y el sol casi callado se encontraron en el cielo como aquel día. El maravilloso día en que lo vi a usted por primera vez, por algunos segundos que marcó mi reloj. Fue tiempo, pero a la vez distancia, ya que con el paso de cada segundo usted se alejaba de mí, mientras el sol se acercaba al horizonte. La sonrisa que le regaló a mis ojos quedó guardada en mi memoria, para ser recordada siempre, a veces con ternura, otras veces con nostalgia. Ayer, lo recordé, no con ternura, no con nostalgia, sino como quien recuerda lo olvidado, lo que se ha hecho borroso con el tiempo, lo oculto tras momentos agarrados a la memoria. Sin embargo, el día ayudó a salvarlo. El reloj jugaba con el tiempo que pasaba y el viento parecía tan fresco como entonces. Vinieron a mi mente palabras que imaginé le decía, miradas que pensé le podría regalar. El día, mi día, era un sueño, una fantasía, era perfecto. Mi felicidad estaba en él, junto a usted y los momentos, caricias, besos, futuro trazados con tiza sobre el silencio de una mujer taciturna, de una melancólica, de mí, la que más amó haberlo encontrado entre el manojo de personas, más bien sombras, que caminaban apuradas. El día, poco a poco, me fue dando las condiciones para aclarar aquel bello recuerdo, hasta poder verlo de nuevo, no en carne y hueso, pero en amor y esperanza.