jueves, agosto 15, 2013

Mis ojos sus ojos.


Pablo Picasso - Nude with Picasso by her feet, 1902.
Así como estaba, acostado mirando al cielo, así lo quería. Despojado de todo. Puro y simple. De vez en cuando lanzándome una miradita casi inocente. Cómo me gustaba así. Lo tenía a él, casi por completo. Casi. Porque a veces todo se trata de ‘casi’ y nada es un ‘totalmente’. Por lo menos con él fue así. Yo también fui así con otros en su tiempo. En ese momento, yo era quien me entregaba completamente a cambio de un ‘casi totalmente’. Sin embargo, no me importó. Con verlo acostado junto a mí, yo era feliz o alegre, simplemente me sentía bien.
Pocas veces hablábamos, nunca de cosas triviales. Siempre de sus pasiones y mis gustos. Sobre todo de la luna. Que tan blanca, que tan fina. Cuando no estaba, también hablábamos de ella, del agujero que dejaba en el cielo. Él solía escribirle a la luna. O a las nubes blancas y esponjosas, a las grises no. Era un amante del cielo. Él también era mi amante, aunque no se entregara por completo. Yo tenía certeza de aquello, de que era mi amante, pues cada vez que me miraba, era la misma miradita casi inocente con que miraba su cielo. Nuestro.
Yo callaba la mayoría del tiempo, porque para amarlo no había necesidad de palabras. En ocasiones, pasaba la mano por su pecho, tratando de localizar su corazón y sentir sus latidos. Él me tomaba la mano, no obstante, como para que yo no supiera lo agitados que estaban, pero yo lo sabía. Me daba cuenta. Casi nunca sonreía, con la boca, digo. Pero sí con los ojos -muy bonitos por cierto-. Por eso me gustaba cuando me miraba, porque, además de sonreírme, me hablaba. Me recitaba poemas más hermosos que las flores. Y yo callada, quieta, devolviéndole la mirada, escuchándolo con los ojos. Mis ojos sus ojos.
Me había entregado a él. Toda. Sin él haberme pedido. Sin embargo, me recibió, me tomó en sus manos y me abrazó con su corazón palpitante, como yo imaginaba que palpitaba. De amor fuimos embriagándonos, como dos enajenados, como se debe. Sin escrúpulos ni secretos. Desnudos. El casi y yo toda. Ambos silenciosos entre la muchedumbre escandalosa, observando las profundidades de nuestros seres complejos y pasionales. De vez en cuando mirando la luminosidad lunar, de vez en cuando mirándonos, de vez en cuando olvidando el cielo.
Claro que nos olvidamos del cielo. En realidad, él se olvidó de su cielo. Se entregó. Ya no casi, pero completamente. Me entregó su luna y sus poemas, sus nubes blancas y los latidos acelerados de su corazón. Todo en mis manos, todo él, en toda su extensión, delicado y tierno. Con adoración recibí aquello que más había anhelado y supe que era especial por ser tan sólo merecedora de ello. Fuimos felices. Fuimos el cielo, la luna blanca y fina y sus nubes jamás grisáceas. 

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