Charles Guilloux |
Aprendí
a recibir el viento fresco, casi frío, que entraba por la ventana de mi
habitación a medianoche.
Aprendí
a disfrutar el piso frío en mis pies descalzos.
Aprendí
a admirar la suave rugosidad del azulejo del baño.
Aprendí
a no usar sostén cuando la situación lo permitía.
Aprendí
a apreciar las conversaciones con extraños.
Aprendí
a vivir con la soledad taciturna.
Aprendí
a querer a las emociones humanas, por más devastadoras que fueran para el alma.
Aprendí
a usar y amar las tildes, las comas y los puntos.
Aprendí
a callar las mil voces desesperadas en mi interior.
Aprendí
a sonreír aun estando triste.
Aprendí
a ceder el puesto en el bus a quien lo necesitara.
Aprendí
a amar a quien se lo merecía.
Aprendí
a subrayar hermosas frases en los libros.
Aprendí
a llorar y a disimular aquellas lágrimas después.
Aprendí
a dormir desnuda en las noches calurosas.
Aprendí
a tachar lo incorrecto y a corregirlo.
Aprendí
a regalar sonrisas y a recoger flores coloridas.
Aprendí
a alegrarme por la felicidad ajena.
Aprendí
a saborear cada trozo de pastel que me llevaba a la boca.
Aprendí
a observar la forma de las nubes y su movimiento.
Aprendí
a dejar atrás inútiles y falsas amistades y a abrazar a las verdaderas.
Aprendí
a disfrutar el sabor natural del agua.
Aprendí
a mentir cuando era necesario y a decir la verdad cuando debía.
Aprendí
a tejer pequeños versos imaginados.
Aprendí
a amar a mi prójimo como a mí mismo y, en el proceso, aprendí a olvidarme de
Dios.
Aprendí
a escuchar canciones nuevas y a cantar las viejas.
Aprendí
también a leer la última frase de los libros, antes de empezarlos.
Aprendí
a respirar hondo cuando mi cuerpo me lo pedía.
Y
aprendí a dejar el lápiz cuando la oscuridad de la noche pasaba a saludar.
0 comentarios:
Dí lo que piensas...