sábado, julio 20, 2013

La saludé

Portrait of Jeanne Hebuterne, 1919
Amedeo Modigliani

Después de tres años la volví a ver. Mi respiración se agitó y mi corazón no cabía en mi pecho. Era ella. Hermosa. Estuve contemplándola por un largo rato, tratando de guardar cada rasgo de su rostro, cada movimiento de su cuerpo. Levantó la mirada y me vio, pero no como yo la había visto, simplemente me vio, como cuando uno ve un perro cruzando la calle y luego se olvida de él. Volvió la vista al estante de libros. Yo quedé inmóvil en el umbral. La amaba. Aun sin haberle hablado, aun sin conocerla, aun sin saber su nombre, la amaba.
La primera vez que la vi fue en ese mismo lugar, frente a esa misma estantería. También volteó a verme, también me quedé inmóvil en el umbral. Ahí me enamoré de ella. De su rostro dulce y sus delicadas manos. No le hablé, sin embargo. Para qué. Preferí quedarme con la imagen inventada que tenía de ella, con la persona inventada. Esa nadie me la quitaría. Sería doloroso, sí. No obstante, menos doloroso que conocer su realidad verdadera y luego perderla. Miré unos libros y me fui.
La pensé cada día. A veces lloraba en mi soledad por no tenerla. A veces era feliz, pensaba que era una dicha haber podido verla por una vez en mi vida. Así era mejor. Así no había chance de decepcionarme, de decepcionarnos.
Después de tres años, cuando la volví a ver, caí en las garras del masoquismo y la vida. 
La saludé.

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