Edvard Munch, Girl Looking out the Window, oil on canvas, c. 1892 |
Ayer pasó por última vez el vendedor de sueños. Yo
le decía a mi perro que eran puras pendejadas, que los sueños no se vendían,
bastante difícil era tener uno hoy en día. Él me miraba con ojos de no saber
nada, pero parecía asentir brevemente. Salí porque esta vez nadie se había
acercado a la bicicleta vieja y ruidosa del niño. La cuadra estaba desierta y
el calor me hizo humedecer la frente. -¿Y la clientela?- le pregunté al pequeño
de cara tostada. -Ya han comprado todos, sólo falta usted, ¿o es que le sobran?-
respondió. El asunto es que no me sobraban, no tenía, desde que tengo memoria
mis noches habían pasado como un parpadeo oscuro y fugaz. Me pregunté si mi
perro soñaba, pero tenía ojos de no saber nada. -¿Qué sueño me vende?- la
curiosidad me hacía cosquillas en la cabeza. -El que usted quiera, no es sino
que me diga si quiere uno feliz, triste, tenebroso, pacífico, el que quiera-. Le
pregunté que quién querría comprar un sueño triste y me dijo mientras
organizaba frascos en la canasta que a veces uno era tan feliz que hacía falta
un poquito de tristeza para que se sintiera real. Estaba a punto de caer en
aquella locura colectiva. La curiosidad mató al gato, Susanita, me dije, pero
yo no era gato y soñar de vez en cuando no era pecado. -¿Cuánto vale uno feliz?-
el perro ya estaba dentro de casa. -Diez años de felicidad- lo dijo igual que
si hubiese dicho “hoy hace sol”. -¿Por un mísero sueño?- grité. -No es un
mísero sueño, sino uno feliz, y lo más importante: es un sueño y usted tiene
cara de no haber soñado nunca. Piénselo-. Diez años de felicidad por una noche
de mentiras. ¿Qué haría mi perro en este caso?, seguramente movería la cola y
pare de contar, tenía ojos de no saber nada. El niñito, que mirándolo
detalladamente parecía más un enano viejo, limpiaba frasquitos de sueños sin
afán. Qué habrían dado mis vecinos por soñar una noche, ¿Diez años de
felicidad? ¿Veinte años de amor? Incluso, habrían vendido la misma noche para
soñar con la luna. Sin embargo, yo no vendería la noche, sólo una felicidad que
no conocía. Qué más daba, no perdería nada, en lugar de eso, ganaría. -Démelo-
dije decidida. -Bueno, no es sino que se beba esto antes de dormir y ya está-,
me pasó el frasco y se subió a la bicicleta que sonó como si se fuera a
desbaratar- Y linda noche.
Susanita
siempre me mira como si yo no supiera nada. Pero sé, no es sino que me regale
un poquito de voz y le digo sus cosas. Desde las diez de la noche está mirando un
frasco. Susanita tiene el cabello de color cielo nocturno sin estrellas. Me
gusta saber que soy su único amigo, aunque es algo triste de veras, como
Susanita: muy triste, pero muy bella, pero muy, muy triste sobretodo. Dios mío
bendito, ojalá no se beba eso, se pone rara cuando bebe cosas y cuando no, también
está rara. No conmigo, claro, ella me sigue acariciando y mirándome como si no
supiera nada. Sin embargo, no sale de casa, camina como ciega, huele a cosas
que no son de este mundo y dice cosas bien extrañas. Yo digo que no falta nada
para que se nos vaya la Susanita… Hombre, se lo tomó, si me acuesto a su lado a
lo mejor lo pasa bien.
Ella
tiene ojos cansados aun mientras duerme, pero su respiración es tranquila, su
pecho va y viene lento.
Susanita
está fría, seguro que sueña con el río, aunque nunca ha ido. Susanita sueña y
se ve hermosa, sueña y sus ojos ya no parecen tan cansados, sueña, sueña sueña
sueñasueña. A lo mejor fueron diez años de sueño por uno de felicidad. A lo
mejor eso de los sueños es puro cuento. A lo mejor la curiosidad mata gatos y
una que otra persona.